Isabel estaba desesperada e impotente. Su negocio ya llevaba casi diez años en el mercado, venía haciendo enormes esfuerzos por mantener la calidad de sus productos y satisfacer a sus clientes; pero las ganancias no aumentaban, la empresa enfrentaba enormes deudas con los bancos y, mes tras mes, atrasos con los proveedores, poco capital para tener los inventarios suficientes y un estrés constante para administrar el flujo de caja. Lo peor de todo es que esta no era una crisis transitoria, venía siendo la tónica del negocio desde siempre. Ya estaba harta de vivir así. Se preguntaba: ¿Cuál es mi problema? ¿Debo vender mi empresa? ¿Mi familia debe seguir conmigo acá en el negocio o algunos deberían irse?”